El fundador del maniqueísmo, Manes, viene la parte sur de Mesopotamia; probablemente nació el 14 de abril del 216 AD, en los alrededores de Seleucia–Ctesifonte en el Tigris, la capital persa. Sus padres se dice que eran de noble descendencia irania, su madre incluso de linaje real parto, pero esto es incierto. Su padre, Patek (griego: Pattikios, latín: Patecius) se había incorporado a una secta gnóstica bautista a la cual él tempranamente introdujo a su hijo. De fuentes recientemente descubiertas (el Codex Maniqueo de Colonia, CMC) queda claro que ésta era la comunidad herética judeocristiana de los elcesaítas, que pretendían descender del legendario profeta Elkesai (i.e. el “poder oculto de Dios”) el cual apareció por el 100 AD en Siria.
Los mandeos, que hasta el día de hoy viven en el sur de Irak, también formaron parte de este mundo sectario bautista que rodeó al joven Manes. Cuando tenía doce años de edad, en el 228/29, Manes tuvo su primera visión en la cual su doble celestial, su “gemelo”, “socio” o “compañero”, se le apareció y le aseguró su constante ayuda y protección. Más tarde, Manes vio en esto la revelación efectiva del “consolador” (el Paráclito) o Espíritu Santo (cf. Juan 16,17ss.), quien le habría revelado los “misterios” de su enseñanza. A consecuencia de esta experiencia se liberó de su entorno y comenzó a trenzarse en discusiones con él, tratando de reformar las prácticas y enseñanzas de los bautistas. Eso produjo una división en la comunidad y una separación oficial que terminó con la expulsión de Manes; sólo su padre y dos discípulos permanecieron con él. En el ínterin, a la edad de 24, tuvo otra experiencia, la cual constituyó, en concreto, su llamado a ser un “apóstol de la luz”. Podemos fecharla el 19 de abril del 240, y una vez más es considerada como una revelación del “compañero” que actúa bajo las órdenes de Dios, el rey de la luz. En un himno, Manes brevemente describe su rol:
“Yo soy un agradecido oyente (i.e. alumno)
que nació en la tierra de Babilonia.
Yo nací en la tierra de Babilonia
y me ubico a las puertas de la verdad.
Yo soy un cantante, un oyente
que ha venido de la tierra de Babilonia.
Yo he venido de la tierra de Babilonia
para lanzar un llamado al mundo”.
Sólo tenemos una idea aproximada de su vida posterior. Luego de que escapó con sus discípulos a la capital Seleucia–Ctesifonte, donde aparentemente estableció su primera comunidad, comenzó a misionar activamente dentro y fuera de Irán. En tanto mensajeros fueron enviados a las provincias romanas de Occidente, Manes mismo viajó por barco, en el 241, a la India, y a través del valle del Indo hasta Turan, donde se ganó al rey. Alrededor del 242/43, está de vuelta en Babilonia para presentar sus respetos al nuevo regente, Sapur I (242-243), que asumió luego de la muerte de Ardasir I. Manes consigue el favor del rey y es incluso recibido por el entorno real. En ese momento, dos hermanos del rey se hacen seguidores suyos.
Claramente, la nueva religión universal se mostraba a sí misma como una ideología apropiada al Imperio Persa, que dejaba de lado a la omnipotente casta sacerdotal zoroástrica de los Magos. De esta manera, Manes es capaz de predicar sus enseñanzas sin oposición: envía sus discípulos a Siria, Egipto y al Irán oriental. “He [sembrado] el grano de la vida... de Este a Oeste; como puedes ver [mi] esperanza [ha] ido hacia el este del mundo y hacia [todas] las regiones de la tierra (i.e. el Occidente), en la dirección del Norte y del [Sur]. Ninguno de los apóstoles hizo esto...” (Kephalaia, p.16).
Cuando Sapur I murió, el que lo sucedió, Ormizd I, mantuvo su favor a Manes, pero bajo Bahram I (274-277) su suerte cambió. Probablemente en el ínterin, la casta de los Magos había ganado la suficiente influencia para eliminar al molesto rival que amenazaba con alterar el tradicional orden religioso iranio. El jefe de los Magos, Kartir (Karder), cuyo objetivo era una profunda reforma de la iglesia zoroástrica, aparece como el principal oponente de Manes. Manes falló en su intento de hacer cambiar de opinión al Gran Rey que residía en Gundesapur (Belapat); fue encarcelado y murió encadenado poco después, en la primavera del 276. Su cuerpo fue mutilado, como era la costumbre con los herejes, y expuesto fuera de la ciudad. Su comunidad vio en esto la pasión y “crucificción” (martirio) de su maestro, de quien se creyó que había ascendido al reino de la luz.
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