Hacia el año de 96 de la era cristiana se encontraba un filósofo neopitagórico místico, Apolonio de Tiana, en Éfeso predicando entre sus discípulos cuando su voz se quebró y casi se detuvo, ciertamente uno de los prodigios que se le atribuyeron durante toda su vida estaba teniendo lugar; desde la distancia percibía, en el mismo momento, la muerte de Domiciano quien había desatado, junto a Nerón, una fuerte persecución en su contra. La multitud que le escuchaba atónita y sin saber qué pasaba enmudeció, Apolonio sólo se limitó a decir: “en lo que a mí se refiere debo agradecer a los dioses por lo que acabo de ver” [1].
La anterior anécdota forma parte del discurso cargado de elementos de mágico religiosidad muy propios de la antigüedad y de la Edad Media; no sabemos a ciencia cierta si el discurso es ficcional, una mera construcción imaginaria o, si por el contrario, Apolonio de Tiana tenía la facultad de situarse predominantemente en la región insólita del acontecer, ahí donde quedan atrás los límites del lenguaje para entrar en lo inefable y ser Uno con lo real.
No obstante, yéndonos a los inicios de la escuela pitagórica vemos cómo ésta se desarrolló a manera de culto frente a la figura de Pitágoras, quien con su solemne barba solía hablar a sus discípulos tras una cortina con la intención de aumentar su halo de misterio. Se decía asimismo de Pitágoras que poseía el poder de la ubicuidad y que al vérsele en el teatro, cuando se ponía en pie, su pelvis de plata resplandecía. Nuevamente aquí nos encontramos con discursos que podían haber sido sólo construcciones de sus discípulos con el fin de aumentar la cohesión de la secta y enaltecer la figura del filósofo.
En cuanto a los planteamientos de la escuela pitagórica, ésta sostenía que el mundo respondía a un orden numérico basado en la Ley de Armonía. El ente a partir del cual se generaban todos los demás sujetos y objetos de la creación era lo Uno primario o Uno ideal. Aquí existe un punto de encuentro entre las escuelas pitagóricas y neoplatónicas, al considerar ambas a lo Uno ente que genera y se autogenera. Sin embargo, las influencias orientales de la escuela pitagórica, especialmente aquellas provenientes del brahmanismo hindú los llevaron a considerar que lo Uno deriva en la dualidad dando lugar al mundo de los opuestos; bueno-malo, lleno-vacío, alto-bajo, et. cétera. En cambio la escuela neoplatónica consideraba que lo Uno, mediante el proceso de mímesis generaba el mundo inteligible, suerte de estado intermedio entre lo Uno primario y el mundo sensible o esta realidad que vemos aquí y ahora.
Las referencias que han llegado a nuestros tiempos sobre la vida de Apolonio de Tiana, o el Tianeo, provienen de un encargo que le hace Julia Domna, madre del emperador Caracalla y esposa de Séptimo Severo a Filóstrato para que realice la historia de este hombre, que ya por esa época tenía una fama más extensa que la de Jesús y que de no haber sido por la adopción por parte de Constantino del cristianismo como religión oficial del Imperio y la posterior abolición de otros cultos, quién sabe si la historia hubiese sido otra.
Apolonio nace en Tiana, una ciudad al sur de Capadocia alrededor del comienzo de la Era Cristiana. Como suele suceder con algunos filósofos, sus padres provenían de una antigua familia de considerable fortuna. A la edad de catorce años fue enviado a Tarso a estudiar, pero su estancia ahí no fue fructífera ya que los estudios se basaban en la mera práctica de ejercicios de retórica por lo que se muda a una escuela en la costa oriental de Tarso para sumergirse en el estudio de la filosofía. Ahí se hizo muy amigo de los sacerdotes del templo de Esculapio, donde se practicaba la curación y se enseñaban las diversas corrientes de la época; platonismo, estoicismo, peripatetismo, epicureísmo, et. cétera. No obstante su interés en todas estas disciplinas filosóficas fue el pitagorismo el que captura a Apolonio. Su maestro, durante este período fue Euxeno, quien era más un difusor del pitagorismo que un practicante del mismo. A los dieciséis años, para sorpresa de Euxeno, Apolonio decide adoptar el modo de vida pitagórico, de este modo se vuelve vegetariano, abstemio, se deja crecer el pelo y comienza a andar descalzo usando solamente una túnica. Se dedica a vivir en el templo con el apoyo expreso de Esculapio y se hace famoso por su ascetismo y vida pura.
A la edad de 20 años muere el padre de Apolonio por lo que debe dirigirse nuevamente a Tiana a encargarse de asuntos domésticos, entre ellos, rescatar a su hermano que se había entregado al vicio, de este modo le entregó la mitad de su fortuna y el resto lo distribuyo entre sus parientes argumentando que él realmente necesitaba muy poco y nunca se casaría.
Continúa la vida de Apolonio con la toma de 5 años de votos de silencio en los cuales no haría nada respecto a la filosofía hasta superar dicha prueba. Durante este período y ante agravios de otros él usualmente se decía a si mismo: corazón se paciente y así vuestra lengua se mantendrá tranquila. Cuenta Filóstrato que en un caso llegó a calmar una revuelta en Aspendo sólo con sus gestos.
Después de haber pasado por sus cinco años de silencio; el día a día de Apolonio adopta una rutina muy singular; en la mañana se dedica a las ciencias divinas, en la tarde a la enseñanza y los asuntos cotidianos y al final del día tomaba un baño de agua fría. Su empresa principal se dirigió a la purificación de los antiguos rituales y al mejoramiento de las prácticas de las hermandades privadas.
El Tianeo era un ávido viajero, y es de esta manera como emprende un viaje hacia el Oriente. Su viaje comienza en Antioquia y al pasar por Nínive, conoce a su más ferviente discípulo y compañero de vida, Damis, de quien obtiene Filóstrato muchas notas para la realización de La vida de Apolonio de Tiana; sin embargo, Damis, no era muy versado y hay muchas incongruencias en el nombre de ciudades orientales, especialmente de la India que han tenido que ser descifradas, literalmente, por autores modernos. De Nínive, Apolonio se dirige a Babilonia, donde pasa un año y ocho meses. Es entonces cuando nuestro filósofo se dirige a la India y pasa cuatro meses en un monasterio budista. A su retorno de India sigue el siguiente itinerario: babilonia, Nínive, Antioquia, Chipre y de ahí a Jonia, donde pasa algún tiempo en Asía menor, especialmente en Éfeso, Esmirna y Troya, pasa entonces a Lesbos y navega a Atenas para quedarse un tiempo en Grecia reformando los ritos e instruyendo a los sacerdotes.
Al tiempo lo encontramos en Creta y luego en la Roma de Nerón desde donde debe irse cuando Nerón expulsa a los filósofos; de ahí se dirige a Cádiz y pasa posteriormente a África.
Sabemos que después Apolonio estuvo en Alejandría donde tuvo varios encuentros con Vespasiano. No obstante, en el año 81 de nuestra era, Domiciano llegó a ser Emperador y así como Apolonio siempre estuvo opuesto a las locuras de Nerón fue un duro crítico de Domiciano. De hecho, Apolonio se dirige a Roma para enfrentarse cara a cara con Domiciano lo cual le resulta en su arresto y ser llevado a juicio a pesar de la intervención a su favor de Nerva.
Apolonio tuvo contacto en la India con la creencia en la reencarnación, así como en el templo de Esculapio con las artes de la curación, la cuales eran basadas en el análisis de los sueños (claro está, faltarían aún muchos siglos para la llegada de Freud) y rituales nocturnos que el mismo Apolonio había renovado. Innumerable recuentos de Damis aluden que tanto él como Apolonio presenciaron en la India a hombres que tenían la capacidad de levitar y otras prácticas paranormales; sin embargo, suponemos que esto no forma sino parte de la leyenda y no es mi intención en este texto caer en la disyuntiva de si estos fenómenos son reales o no, si no más bien entender a Apolonio de Tiana como un filósofo profundamente religioso en el sentido literal de la palabra; uno referido al carácter religante, esto es a lo que hace a todos los hombres Uno, ello en concordancia con la doctrina pitagórica y neoplatónica. Un hombre con una profunda fe en su propia labor y apegado a la práctica de lo que predicaba.
Así, en Lesbos, Apolonio visitó el antiguo templo de los misterios órficos, el cual había sido, en sus orígenes, centro de adivinación, allí, nuestro filósofo tuvo el honor de ser admitido al lugar donde sólo entraban los iniciados. En tiempos recientes, y respecto a los rituales órficos han sido encontradas tablillas con la siguiente inscripción: “vida. Muerte. Vida. Verdad. Dionisio, Orfeo” de modo que estas prácticas estaban relacionadas con rituales de muerte y resurrección.
En Atenas Apolonio asistió a los misterios de Eleusis, los cuales requerían una preparación para todos los que no fuesen iniciados, no obstante Apolonio ser un iniciado, decidió participar, para sorpresa de los asistentes, de estos rituales de manera de dar a las gentes el ejemplo de la pureza que estos rituales debían mantener tal como en tiempos antiguos.
Sin embargo, no se sabe si por ignorancia o celos del hierofante hacia Apolonio, éste no permitió al Tianeo el ingreso acusándolo de hechicero. Ante esta acusación Apolonio respondió con velada ironía: “Tú has omitido el cargo más serio que podías haber tenido mi contra: saber que aunque yo sé más acerca del rito místico de lo que sabe su hierofante, sólo he venido aquí pretendiendo el deseo de iniciación de hombres que saben más que yo” [2].
Durante su estadía en Roma también se dedicó a la renovación y purificación de los ritos en los templos romanos donde tuvo contacto con el pontífice Máximo Telesinus.
Se ha hablado mucho de los prodigios de Apolonio, se le ha atribuido la resurrección de la hija de un senador romano y hechos tan simples como el que ocurrió cuando poco antes de emprender un viaje a la India un amigo se le ofreció para servirle de interprete ya que Apolonio supuestamente no sabía las lenguas de estos pueblos; pero nuestro filósofo le responde a su intérprete, conozco todas esas lenguas y no debes maravillarte porque las conozca todas sino porque conozca lo que ellos no saben decir con sus propios labios.
En la antigüedad este tipo personaje como Apolonio eran considerados daimones, seres intermedios entre dioses y hombres, con la llegada del cristianismo el término daimón sufre un desplazamiento significante al de santo. Sin embargo, todas las acusaciones de mago, hechicero o adivino eran refutadas por Apolonio y él mismo estaba en contra de los sacrificios que implicaban el asesinato de animales, sosteniendo que el mejor sacrificio que se podía ofrecer a dios era el razonamiento humano.
En cuanto a la muerte Apolonio sostenía:
"No hay muerte de nada, sólo en apariencia. El cambio de la esencia al ser parece ser el nacimiento y el cambio del ser a la esencia parece ser la muerte, pero en realidad nadie nace ni muere. Es simplemente ser visible y entonces invisible; lo primero a través de la densidad de la materia y lo último por la sutileza de la esencia..."[3]
Aquí vemos una clara referencia a la noción neoplatónica de lo Uno ideal e inmutable que se refleja en segundo grado en el mundo sensible donde todo lo que apreciamos como realidad no son más que apariencias, transitorias, dependientes del cambio temporal.
No quisiera finalizar sin antes referirme a una sentencia de Apolonio relacionada con la ética y el hombre en su ámbito público, en este sentido Apolonio sostenía:
"La ley nos obliga a morir por la libertad, la naturaleza nos ordena morir por nuestros padres, nuestros amigos y nuestros hijos. Todos los hombres están atados a estos deberes. Pero un deber mayor descansa en el sabio, él debe morir por sus principios y por la verdad que él ama más que a su vida"[4].
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